Artículo de Javier De Frutos
Caminando por el camino del paseo central encontramos esta fuente también conocida como del Espinario o de las Harpías. Fue Felipe III quien mandó construir esta fuente. En el centro hay un pedestal en el que descansa un niño que se está sacando una espina del pie izquierdo. En las esquinas de la fuente hay cuatro columnas, con una harpía cada una, que disparan agua hacia el centro de la fuente. Unos bancos de piedra blanca nos permiten acompañar al niño mientras descansamos.
Antiguamente, la plazoleta en la que se halla esta fuente contaba a su vez con un cenador en cada esquina, con tres bancos y cuatro columnas de orden jónico de 1783, que sujetaban un cascarón de madera y plomo, desmontados en 1867 al dañarse uno de ellos por la caída de un árbol.
El niño de la espina "El Espinario"
Autor desconocido Siglo I a. C. Bronce Museos Capitolinos, Roma Escultura romana, copia de un original helenístico
Esta escultura del Niño de la espina, también conocida en el mundo del arte como el Espinario, es una de las obras clásicas más conocidas, populares y solicitadas por los coleccionistas a lo largo del tiempo. Sin embargo, la escultura que conocemos a través de diferentes copias del original helenístico, dista mucho de ser considerada como una obra excepcional, a pesar de suponer que el modelo que inspiró la larga serie sin duda presentaría matices que los copistas romanos no supieron captar y transmitir.
La copia más fidedigna es la que se exhibe en los Museos Capitolinos de Roma, datada en el siglo I a. C. De procedencia desconocida, la escultura ya estaba documentada en Roma en el siglo XII y consta que el año 1471 el papa Sixto IV la donaba a la ciudad junto a otros bronces conservados en los jardines del palacio de Letrán. Sin embargo, como obra de la antigüedad ya era admirada por los escultores que revitalizaron el arte clásico en los albores del siglo XV, como lo demuestra la inclusión por Brunelleschi de una figura directamente inspirada en el Espinario en el relieve del Sacrificio de Isaac que fue presentado en 1401 en el concurso convocado para realizar las puertas del baptisterio de Florencia, en el que se eligió como formella ganadora la presentada por Ghiberti, una convocatoria que asentó las nuevas directrices de la escultura en el Renacimiento.
Es por entonces cuando debió expandirse la legendaria interpretación de que la escultura representa a un joven pastor romano, llamado Cneo Martius, al que encomendaron la entrega de un importante mensaje destinado al Senado, para lo que hizo el trayecto a la carrera a pesar de haberse clavado una espina por el camino, espina que no sacó del pie hasta haber cumplido su misión. Este gesto de fidelidad de la juventud, con valor casi heroico, se propondría como un modelo a imitar, de ahí la admiración que suscitó y la numerosa demanda de copias tanto en bronce como en mármol.
Estrictamente la escultura representa a un jovencito sentado sobre un peñasco, con la pierna izquierda elevada y flexionada para apoyar el pie sobre su rodilla derecha, al tiempo que inclina el torso y la cabeza en la operación de extraer una espina clavada en la planta del pie, una representación tomada de la vida cotidiana y resuelta con gran naturalidad, muy acorde con los postulados helenísticos. No obstante, un análisis exhaustivo de la obra favoreció la aparición de dudas, especialmente producidas por la caída vertical del cabello, lo que hace pensar que en realidad se creó a partir de dos esculturas diferentes que se ensamblaron en el siglo I a. C., de modo que sobre un cuerpo helenístico, de anatomía correcta y naturalista, se habría añadido posteriormente la cabeza de una figura erguida, lo que explicaría la ilógica caída de la melena y el rostro un tanto inexpresivo, sin ningún atisbo de dolor, que sigue la tipología del periodo anterior, hasta formar una obra ecléctica con piezas cuyos originales corresponden a distintas épocas. Todas las copias posteriores ya reprodujeron la posición de la cabeza tal y como la conocemos actualmente, como es el caso de las copias en mármol que se guardan en la Galería de los Uffizi de Florencia y en el Museo del Louvre de París, o la versión en bronce del Museo Pushkin de Moscú.
Ciñéndonos a los aspectos formales de la escultura, podemos afirmar que se ajusta sin dificultad a los postulados de la escultura helenística o último período, y por tanto más evolucionado, de la escultura griega. Todo tuvo su origen tras la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C., cuando ante la falta de un heredero se enfrentaron sus generales dando lugar a diferentes monarquías diseminadas por un amplio ámbito territorial, es decir, originando un nuevo mapa político donde no tuvieron cabida los ideales clásicos de la armonía y la proporción de la cultura griega, sino un arte mixto que fusionaba la tradición clásica con las aportaciones de pueblos orientales, abandonándose los altos ideales para centrarse en el disfrute de la vida, con tendencia al colosalismo y al decorativismo, siendo en el campo de la escultura donde mejor se manifiesta esta transformación.
Como consecuencia, las esculturas pierden su frontalidad para necesitar ser vistas desde diferentes ángulos; el perfecto estudio anatómico se convierte en uno de los principales objetivos; aparecen las torsiones corporales; se acentúa el movimiento de las figuras y su patetismo y se comienzan a componer grupos complejos, formados por varias figuras, con composiciones en las que abundan los escorzos. A estas características de la escultura helenística se puede añadir también un cambio iconográfico que supone una secularización de los temas, ya que las imágenes de los dioses se llegan a hacer compatibles con las de los mortales, desde el máximo gobernante a los esclavos o enemigos derrotados, motivo por el que la escultura incorpora como nuevos valores la representación de lo feo, lo grotesco, lo humorístico y lo anecdótico, con figuras de niños y de ancianos, vestidas o desnudas, griegos y extranjeros, etc.
La nueva sensibilidad abandona el sentido de equilibrio clásico y la gravedad temática en la búsqueda de la realidad humana, tomando los principales temas de la vida cotidiana y centrándolos en los placeres de la vida, a diferencia de los altos ideales de la etapa anterior, siempre manteniendo el espíritu idealista griego en la búsqueda de naturalismo de las figuras.
Todas estas características son apreciables en la escultura del Espinario, que fusiona la herencia clásica (corrección anatómica y ausencia de dolor en el rostro) con una búsqueda naturalista (representación de un niño captado en un momento anecdótico). El original podría adscribirse a la escuela neoática, habiendo propuesto algunos investigadores la autoría del escultor Apolonio de Atenas, activo en el siglo I a. C. y también creador del célebre Torso del Belvedere de los Museos Vaticanos, tan admirado por Miguel Ángel, y del Púgil en reposo del Museo Nacional de Roma. Por su parte, el ejemplar de los Museos Capitolinos bien pudo ser realizado en Roma, si se tiene en cuenta que en el siglo I a. C. aumentan los talleres neoáticos instalados en la ciudad.
La originalidad del tema, sus discretas dimensiones (73 cm. de altura), el gesto tan poco frecuente (aunque se repite en otras figuras infantiles) y el naturalismo del muchacho hace comprensible la admiración que levantó desde el Renacimiento, las divagaciones sobre su identificación y las numerosas réplicas solicitadas a partir de esta copia romana en la que sigue primando un gran equilibrio de composición al colocar una pierna vertical y otra horizontal para contrarrestar la diagonal marcada por el torso y la cabeza, dando lugar a una obra sumamente armónica.
El atractivo de la obra no pasó desapercibido a las tropas napoleónicas, que la incluyeron en la colección de antigüedades expoliadas y llevadas en 1798 a París, donde permaneció hasta 1815, año en que fue devuelta.
Una copia en bronce del Espinario, copia exacta del original romano, se conserva en el Museo del Prado. Se trata de una fundición realizada sobre el vaciado que hiciera Cesare Sebantián hacia 1650 por encargo de Velázquez, cuando este maestro pintor recorrió Italia como experto y agente del rey de España, eligiendo obras grecolatinas destinadas a la Colección Real que decoraría el remozado Palacio del Alcázar de Madrid, aunque no está documentada entre las copias de esculturas llegadas a España. Se ha propuesto que posiblemente el modelo del Prado se vaciara de otra copia ya existente en Madrid (hoy en los jardines del Palacio de Aranjuez) para engrosar dicha colección, a la que perteneció, sobreviviendo al incendio del Alcázar en 1734, hasta su ingreso final en el Museo del Prado.
Artículo de Javier De Frutos
Para "Por y Para Aranjuez"