jueves, 18 de febrero de 2016

Fuentes del Jardín de La isla (Fuente del Niño de la espina)

Fuentes del Jardín de La isla (Fuente del Niño de la espina)


Artículo de Javier De Frutos


El Niño de la espina








Fotografías de Javier de Frutos


Caminando por el camino del paseo central encontramos esta fuente también conocida como del Espinario o de las Harpías. Fue Felipe III quien mandó construir esta fuente. En el centro hay un pedestal en el que descansa un niño que se está sacando una espina del pie izquierdo. En las esquinas de la fuente hay cuatro columnas, con una harpía cada una, que disparan agua hacia el centro de la fuente. Unos bancos de piedra blanca nos permiten acompañar al niño mientras descansamos.

Antiguamente, la plazoleta en la que se halla esta fuente contaba a su vez con un cenador en cada esquina, con tres bancos y cuatro columnas de orden jónico de 1783, que sujetaban un cascarón de madera y plomo, desmontados en 1867 al dañarse uno de ellos por la caída de un árbol.

El niño de la espina "El Espinario"

Autor desconocido Siglo I a. C. Bronce Museos Capitolinos, Roma Escultura romana, copia de un original helenístico

Esta escultura del Niño de la espina, también conocida en el mundo del arte como el Espinario, es una de las obras clásicas más conocidas, populares y solicitadas por los coleccionistas a lo largo del tiempo. Sin embargo, la escultura que conocemos a través de diferentes copias del original helenístico, dista mucho de ser considerada como una obra excepcional, a pesar de suponer que el modelo que inspiró la larga serie sin duda presentaría matices que los copistas romanos no supieron captar y transmitir.

La copia más fidedigna es la que se exhibe en los Museos Capitolinos de Roma, datada en el siglo I a. C. De procedencia desconocida, la escultura ya estaba documentada en Roma en el siglo XII y consta que el año 1471 el papa Sixto IV la donaba a la ciudad junto a otros bronces conservados en los jardines del palacio de Letrán. Sin embargo, como obra de la antigüedad ya era admirada por los escultores que revitalizaron el arte clásico en los albores del siglo XV, como lo demuestra la inclusión por Brunelleschi de una figura directamente inspirada en el Espinario en el relieve del Sacrificio de Isaac que fue presentado en 1401 en el concurso convocado para realizar las puertas del baptisterio de Florencia, en el que se eligió como formella ganadora la presentada por Ghiberti, una convocatoria que asentó las nuevas directrices de la escultura en el Renacimiento.




Es por entonces cuando debió expandirse la legendaria interpretación de que la escultura representa a un joven pastor romano, llamado Cneo Martius, al que encomendaron la entrega de un importante mensaje destinado al Senado, para lo que hizo el trayecto a la carrera a pesar de haberse clavado una espina por el camino, espina que no sacó del pie hasta haber cumplido su misión. Este gesto de fidelidad de la juventud, con valor casi heroico, se propondría como un modelo a imitar, de ahí la admiración que suscitó y la numerosa demanda de copias tanto en bronce como en mármol.

Estrictamente la escultura representa a un jovencito sentado sobre un peñasco, con la pierna izquierda elevada y flexionada para apoyar el pie sobre su rodilla derecha, al tiempo que inclina el torso y la cabeza en la operación de extraer una espina clavada en la planta del pie, una representación tomada de la vida cotidiana y resuelta con gran naturalidad, muy acorde con los postulados helenísticos. No obstante, un análisis exhaustivo de la obra favoreció la aparición de dudas, especialmente producidas por la caída vertical del cabello, lo que hace pensar que en realidad se creó a partir de dos esculturas diferentes que se ensamblaron en el siglo I a. C., de modo que sobre un cuerpo helenístico, de anatomía correcta y naturalista, se habría añadido posteriormente la cabeza de una figura erguida, lo que explicaría la ilógica caída de la melena y el rostro un tanto inexpresivo, sin ningún atisbo de dolor, que sigue la tipología del periodo anterior, hasta formar una obra ecléctica con piezas cuyos originales corresponden a distintas épocas. Todas las copias posteriores ya reprodujeron la posición de la cabeza tal y como la conocemos actualmente, como es el caso de las copias en mármol que se guardan en la Galería de los Uffizi de Florencia y en el Museo del Louvre de París, o la versión en bronce del Museo Pushkin de Moscú.

Ciñéndonos a los aspectos formales de la escultura, podemos afirmar que se ajusta sin dificultad a los postulados de la escultura helenística o último período, y por tanto más evolucionado, de la escultura griega. Todo tuvo su origen tras la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C., cuando ante la falta de un heredero se enfrentaron sus generales dando lugar a diferentes monarquías diseminadas por un amplio ámbito territorial, es decir, originando un nuevo mapa político donde no tuvieron cabida los ideales clásicos de la armonía y la proporción de la cultura griega, sino un arte mixto que fusionaba la tradición clásica con las aportaciones de pueblos orientales, abandonándose los altos ideales para centrarse en el disfrute de la vida, con tendencia al colosalismo y al decorativismo, siendo en el campo de la escultura donde mejor se manifiesta esta transformación.

Como consecuencia, las esculturas pierden su frontalidad para necesitar ser vistas desde diferentes ángulos; el perfecto estudio anatómico se convierte en uno de los principales objetivos; aparecen las torsiones corporales; se acentúa el movimiento de las figuras y su patetismo y se comienzan a componer grupos complejos, formados por varias figuras, con composiciones en las que abundan los escorzos. A estas características de la escultura helenística se puede añadir también un cambio iconográfico que supone una secularización de los temas, ya que las imágenes de los dioses se llegan a hacer compatibles con las de los mortales, desde el máximo gobernante a los esclavos o enemigos derrotados, motivo por el que la escultura incorpora como nuevos valores la representación de lo feo, lo grotesco, lo humorístico y lo anecdótico, con figuras de niños y de ancianos, vestidas o desnudas, griegos y extranjeros, etc.

La nueva sensibilidad abandona el sentido de equilibrio clásico y la gravedad temática en la búsqueda de la realidad humana, tomando los principales temas de la vida cotidiana y centrándolos en los placeres de la vida, a diferencia de los altos ideales de la etapa anterior, siempre manteniendo el espíritu idealista griego en la búsqueda de naturalismo de las figuras.

Todas estas características son apreciables en la escultura del Espinario, que fusiona la herencia clásica (corrección anatómica y ausencia de dolor en el rostro) con una búsqueda naturalista (representación de un niño captado en un momento anecdótico). El original podría adscribirse a la escuela neoática, habiendo propuesto algunos investigadores la autoría del escultor Apolonio de Atenas, activo en el siglo I a. C. y también creador del célebre Torso del Belvedere de los Museos Vaticanos, tan admirado por Miguel Ángel, y del Púgil en reposo del Museo Nacional de Roma. Por su parte, el ejemplar de los Museos Capitolinos bien pudo ser realizado en Roma, si se tiene en cuenta que en el siglo I a. C. aumentan los talleres neoáticos instalados en la ciudad.

La originalidad del tema, sus discretas dimensiones (73 cm. de altura), el gesto tan poco frecuente (aunque se repite en otras figuras infantiles) y el naturalismo del muchacho hace comprensible la admiración que levantó desde el Renacimiento, las divagaciones sobre su identificación y las numerosas réplicas solicitadas a partir de esta copia romana en la que sigue primando un gran equilibrio de composición al colocar una pierna vertical y otra horizontal para contrarrestar la diagonal marcada por el torso y la cabeza, dando lugar a una obra sumamente armónica.

El atractivo de la obra no pasó desapercibido a las tropas napoleónicas, que la incluyeron en la colección de antigüedades expoliadas y llevadas en 1798 a París, donde permaneció hasta 1815, año en que fue devuelta.

Una copia en bronce del Espinario, copia exacta del original romano, se conserva en el Museo del Prado. Se trata de una fundición realizada sobre el vaciado que hiciera Cesare Sebantián hacia 1650 por encargo de Velázquez, cuando este maestro pintor recorrió Italia como experto y agente del rey de España, eligiendo obras grecolatinas destinadas a la Colección Real que decoraría el remozado Palacio del Alcázar de Madrid, aunque no está documentada entre las copias de esculturas llegadas a España. Se ha propuesto que posiblemente el modelo del Prado se vaciara de otra copia ya existente en Madrid (hoy en los jardines del Palacio de Aranjuez) para engrosar dicha colección, a la que perteneció, sobreviviendo al incendio del Alcázar en 1734, hasta su ingreso final en el Museo del Prado.

Artículo de Javier De Frutos
Para "Por y Para Aranjuez"

viernes, 12 de febrero de 2016

Fuentes del Jardín de La isla (Fuente de Hércules)

Fuentes del Jardín de La Isla


Artículo de Javier De Frutos


Fuente de Hércules




Fotografía de Javier De Frutos


La Fuente de Hércules e Hidra, que es la primera que uno se encuentra al cruzar la ría por la escalinata, está colocada sobre un zócalo y una basa de jaspe negro de planta octogonal, con una gran taza y un pedestal sobre la cual está la figura de Hércules matando a la hidra. Alrededor encontramos unas barandillas de hierro y ocho pedestales con otras tantas figuras de mármol en los bordes de la plazoleta. Esta fuente fue mandada construir por Felipe IV a José de Villarreal y Bartolomé Zumbigo y sustituye a una fuente anterior dedicada a Diana de la época de Felipe II. Las esculturas colocadas sobre pedestales que existieron alrededor de la fuente fueron compradas por Felipe V y situadas originalmente en los Jardines de La Granja. Después de este emplazamiento se situaron en las columnas de la entrada principal del Jardín del Príncipe por orden de Carlos IV y finalmente descansan en el Museo del Prado de Madrid.

Hércules (Heracles en la mitología Griega)

Hijo de Zeus y de Alcmena, esposa de Anfitrión, fue concebido en una triple noche, sin que por ello se alterase el orden de los tiempos, ya que las noches siguientes fueron mas cortas.

Se dice que el día de su nacimiento resonó el trueno en Tebas con furioso estrépito, y otros muchos presagios anunciaron la gloria del hijo del dueño y señor del Olimpo. Alcmena dio a luz dos mellizos, Heracles e Ificles. Anfitrión deseando saber cuál de los dos era su hijo, envió dos serpientes que se aproximaron a la cuna de los mellizos. El terror se apoderó de Ificles, quien quiso huir, pero Heracles despedazó a las serpientes y mostró ya entonces, que era digno hijo de Zeus.

Por otro lado, Hera, movida por los celos, resolvió eliminar al recién nacido enviando contra él a dos terribles dragones para que le despedazasen. El niño, sin el menor espanto, los trituró e hizo pedazos.

Palas logró que se apaciguara la cólera de Hera hasta el extremo de que la reina de los dioses consintió en darle de mamar de su pecho al hijo de Almena. Se cuenta que Heracles, abandonando el pecho, dejó caer algunas gotas de leche que se derramaron sobre el cielo, formándose de esta singular manera la vía láctea o camino de Santiago.

Los maestros más hábiles se encargaron de la educación de Heracles, Autólico le enseñó la lucha y la conducción de carros; Eurito, rey de Elia, el manejo del arco: Eumolpo, el canto; Cástor y Pólux, la gimnasia; Elio, le enseñaba a tocar la lira y el centauro Quirón, la astronomía y medicina.

Su desarrollo físico fue extraordinario y su fuerza portentosa. Heracles era un gran bebedor, y su jarro era tan enorme que se necesitaba la fuerza de dos hombres para levantarlo.

Ya mozo, Heracles se retiró a un lugar apartado para pensar a que género de vida se habría de dedicar. En esta oportunidad se le aparecieron dos mujeres de elevada estatura, una de las cuales, la Virtud, era hermosa, tenía un rostro majestuoso y lleno de dignidad, el pudor en sus ojos, la modestia grabada en sus facciones y vestía de blanco. La otra llamada, Afeminación o Voluptuosidad, de líneas onduladas y color rosado, miradas encendidas y llamativo vestido, manifestaba claramente sus inclinaciones.

Cada una de las dos procuró ganarlo para sí con promesas, decidiéndose Heracles por la Virtud. Abrazó así el héroe por su propia voluntad un género de vida duro y trabajoso.



Fotografía de Javier De Frutos


Cuando Heracles creció, Hera vertió en su copa un veneno que lo enloqueció y esta locura hizo que Heracles matara a su mujer y a sus propios hijos confundiéndolos con enemigos. Como castigo fue enviado con el primo de Hera, Euristeo, para servirle por 12 años. Euristeo, estimulado por Hera, siempre vengativa, le encomendó las empresas mas duras y difíciles, las cuales se llamaron los doce trabajos de Heracles. Estas fueron: El león de Nemea, la hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto, las aves de Stinfálidas, la cierva de Artemisa, el toro de Creta, los establos de Augías, robar los caballos de Diomedes, robar las manzanas de las Hespérides, arrebatar el cinturón de Hipólita, dar muerte al monstruo Gerión, y arrastrar a Cerbero fuera de los infiernos.

De todos ellos salió victorioso el héroe y son otros muchos los que asimismo se le atribuyen, pues casi todas las ciudades de Grecia se vanagloriaban de haber sido teatro de algún hecho maravilloso de Heracles. Exterminó a los centauros, mató a Busilis, Anteo, Hipocoón, Laomedonte, Caco y a otros muchos tiranos; libró a Hesione del monstruo que iba a devorarla, y a Prometeo del águila que le comía el hígado, separó los dos montes llamados más tarde columnas de Heracles, etc.

El amor, pese a las numerosas hazañas realizadas por el héroe, ocupó intensamente el espíritu y el cuerpo de Heracles. Tuvo muchas mujeres y gran número de amantes. Las más conocidas son Megara, Onfalia, Augea, Deyanira y la joven Hebe, con la cual se casó en el cielo, sin olvidar las cincuenta hijas de Testio, a las cuales hizo madres en una noche.

El odio del centauro Neso, unido a los celos de Deyanira, fueron la causa de la muerte del héroe. Sabedora esta princesa de los nuevos amores de su esposo, le envió una túnica teñida con la sangre del centauro, creyendo que con ello impediría que amara a otras mujeres. Pero apenas se la puso el veneno del que estaba impregnada hizo sentir su funesto efecto, y penetrando a través de la piel, llegó en un momento hasta los huesos. En vano procuró arrancarla de sus espaldas; la túnica fatal estaba tan pegada a la piel que sus pedazos arrastraban tiras de carne.

Las más espantosas imprecaciones contra la perfidia de su esposa brotaron de los labios del héroe, y comprendiendo que se acercaba su última hora, constituyó una pira en el monte Oeta, extendió sobre ella su piel de león, y echándose encima mandó a Flictetes que prendiera fuego y cuidase sus cenizas.

En el mismo instante en que comenzó a arder la pira, se dice que cayó un rayo sobre ella para purificar lo que pudiera quedar de mortal en Heracles. Zeus lo subió al Olimpo y lo colocó entre los semidioses.



Fotografía de Javier De Frutos


La vida de Heracles tras los Doce Trabajos

Una vez cumplida su penitencia, Heracles no tenía ya que obedecer los caprichos del malvado y cobarde Euristeo. Su existencia terrenal aún dio de sí para mu­chas más aventuras.

En primer lugar se divorció de su espo­sa Megara y se la entregó a su leal primo Iolaos. Después tomó parte en una competición de arquería organizada por Eurito, rey de Escalia, en Tesalea. Como premio, el rey ofrecía a su hija Ilie, pero aunque obtuvo la victoria, Eurito no le quiso entregar a su hija visto el fracaso de su primer matrimonio. El héroe montó en cólera sin que hubiese esta vez intervención de Hera, y como resultado mató de una pedrada a ífito, hijo del rey, que además le admiraba y había estado de su lado.

Una vez más, Heracles tenía que cumplir penitencia. Fue rechazado por un rey aliado de Eurito, y Pitia, sacerdotisa del Oráculo le expulsó, lo que le hizo encolerizar de nuevo, robando las herramientas de la sacerdotisa y amenazando con destruir el Oráculo. Entonces intervino Apolo, enojado, iniciándose una pelea que sólo se detuvo cuando Zeus envió uno de sus rayos.

Entonces se decidió que Heracles debería ser vendido como esclavo. Así llegó a propiedad de la reina Onfale de Lidia, en Asia Menor. Según algunos, tuvo que vestirse de mujer, sentarse entre las damas sirvientas de la reina y aprender a coser y tejer, tareas puramente femeninas. Como broma, Onfale a veces se disfrazaba con una piel de león, un cayado y un arco. No obstante, también se dice que Heracles la ayudó deshaciéndose de muchos de sus enemigos y dándole un hijo.

Después de la penitencia con Onfale y recuperada la cordura, Heracles se tomó la revancha con todos aquellos que le habían tratado injustamente. Regresó a Troya, aún gobernada por el rey Laomedón, el hombre que no había cumplido su palabra después de que el héroe salvase a su hija Hesione, y cercó la ciudad que no tardó en caer gracias a la ayuda de Telamón, hermano de Peleo. Heracles quería hacer el trabajo solo y se enfadó con Telamón, que atemorizado construyó un altar en su honor. Laomedón y casi todos sus hijos murieron, mientras Hesione se convertía en esposa de Telamón. Podarces, único hijo superviviente que luego se llamó Príamo. se hizo con el trono y la ciudad floreció.

Desafortunadamente, él también tuvo que ver con la caída de la ciudad en la guerra contra los griegos cuando ya era anciano.

Después tuvo una aventura en la isla de Cos, a la que llegó tras una tormenta desencadenada por Hera. Zeus estaba tan enojado que decidió encadenar a su esposa en el Olimpo y sujetar sus tobillos con yunques. Heracles emprendió entonces una nueva tarea ayudando a los dioses en su lucha contra los gigantes.

Su siguiente objetivo fue Áugeo, rey de Elis, que había roto su promesa cuando Heracles le limpió los establos (el Quinto Trabajo). Dado que Áugeo tenía el apoyo de ciertos aliados poderosos, Heracles tardó algún tiempo en deshacerse de él. Finalmente conquistó Elis, mató a Áugeo y proclamó a su hijo Fileo rey del lugar. Heracles le agradeció a Zeus, su padre, la ayuda prestada instaurando los Juegos Olímpicos.

Tras haberse vengado de muchos viejos enemigos, Heracles recordó la promesa hecha al alma de Meleagro para casarse con su hermana Deyanira. Viajó hasta Calidón, en Etolia, la parte occidental del centro de Grecia, donde vivía la muchacha junto a su padre el rey Eneo, aunque su verdadero padre era Dioniso, que había reparado el daño regalándole al rey el don de la viticultura (la palabra Eneo se parece a oinos, «vino» en griego). Deyanira era una joven bella, atlética y fuerte, diestra con la cuadriga y las armas, por lo que Heracles no era su único pretendiente. Su principal rival era Aquelo, dios del río al que Heracles había insultado y retado a un combate. En el duelo, el dios, que habitualmente tenía forma humana con cabeza de toro, se transformó primero en una serpiente para escurrirse entre las manos de Heracles y después en un toro. Hasta que el héroe no le partió el cuerno derecho no admitió su derrota.

Heracles se casó con Deyanira y juntos tuvieron un hijo llamado Hilo y una hija llamada Macaría. Pronto debieron salir de Calidón, ya que, en otro ataque de furia, Heracles había aplastado a un muchacho. Emprendieron camino hacia el este hasta llegar a Trachis. En el río Eveno se encon­traron con el centauro Neso, que se ofreció a cruzar a Deyanira por un pequeño importe. Heracles, agradecido, le dio el dinero y tan pronto como lo tuvo en su poder huyó con su esposa e intentó violarla. Ella gritó y Heracles tomó su arco para abatir al centauro con sus flechas envenenadas. Mientras agonizaba le susurró a Deyanira sus últimas palabras, en las que le aconsejaba qué hacer si su marido perdía el interés por ella. Así tomó parte de la sangre de sus heridas para rociar con ella la vestimenta de Heracles si sospechaba de alguna relación adúltera. Con ello se aseguraría de que nunca más le sería infiel. Deyanira guardó un frasco con la sangre y lo puso a buen recaudo.

A su llegada a Trachis, Heracles acudió en ayuda del rey Ceix, aplastando a sus enemigos. Tiempo después viajó a Tesalea, donde mantuvo un duelo con Cieno, hijo de Ares y responsable del asesinato y robó a una serie de peregrinos de camino a Delfos (no se debe confundir a este Cieno con el hijo de Poseidón, (ver Poseidón, o con el amigo de Faetón, ver Faeton). Cieno contó con la ayuda de su padre, pero cuando llegó Heracles asistido por Atenea, el dios de la guerra resultó herido, lo que llevó a Zeus a intervenir con uno de sus rayos.

Uno de los que más injustamente le había tratado y a quien todavía no había castigado era el rey Eurito de Escalia. El rey se había negado a entregarle a su hija Iole como premio tras el concurso de tiro con arco. Heracles dejó a Deyanira en Trachis y con un ejército de aliados desencadenó ana batalla en Escalia contra Eurito y sus hombres. Heracles mató al rey y a todos sus hijos. Iole trató de poner fin a su vida arrojándose al vacío desde la muralla de la ciudad, pero se salvó gracias a que su túnica hizo de paracaídas y a que Heracles estaba allí para recogerla. Después de pasar la noche con ella, la envió a Trachis con el resto de prisioneros y le pidió a Deianeria que le llevase una túnica limpia para hacer un sacrificio por Zeus en el cabo Ceráneo, en el noroeste de Euboa. Cuando Deyanira, que ya no era joven entonces, vio a la bella Iole, no pudo reprimir sus celos y, temiendo que su marido hubiese dejado de quererla, roció la túnica con la sangre de Neso que había quedado y le entregó la prenda a su ayudante.

Poco después, Heracles se puso la túnica y el veneno de la Hidra mezclado con el de Neso empezó a hacer efecto, con una terrible quemazón en la piel del héroe. Aunque se quitó la túnica, no pudo evitar que la piel se le cayese a tiras. Así fue trasladado en barco a Trachis, donde Delaneira se dio cuenta del engaño del centauro y se suicidó.

Heracles supo enseguida lo que le estaba ocurriendo y consultó al Oráculo de Delfos, que le advirtió que se construyese una pira funeraria en el monte Eta de Tesalea. Hilo preparó la pira, a la que se subió Heracles, pero nadie se atrevía a encenderla. Solo Filoctetes, hijo de Poeas, un pastor que pasaba por allí, se prestó a hacerlo. Como pago recibió el arco y las flechas del héroe.

Tan pronto como prendió el fuego y las llamas cubrieron el cuerpo de Heracles, se vio un rayo tras el cual desapareció el héroe; su padre se lo había llevado al Olimpo en una nube y allí le fue concedida la inmortalidad. Heracles firmó la paz con Hera y eligió a la bella Hebe como compa­ñera para la eternidad. Resulta curioso que, según Homero, el alma de Heracles vagaba ya por el mundo de los muertos a pesar de su inmortalidad. Odiseo, que ha­bía conseguido información sobre cómo transcurriría su viaje de regreso a casa a través del Hades, se encontró con él allí.

El héroe inmortal viajó de nuevo a la tierra con Hebe para ayudar a Iolaos en defensa de los hijos de Heracles contra Euristeo. Se supone que se apareció a Filoctetes en forma divina para hacerle luchar con los griegos en Troya. Su arco jugaría un papel fundamental, pues con él se dio muerte a Paris, instigador de la guerra.

Heracles fue honrado más allá del mundo griego. En Roma su nombre era Hércules y se igualó con el dios semítico Melqart, adorado en Fenicia y Cartago. Heracles aparece con frecuencia en la literatura clásica. Los grandes dramaturgos atenienses le dedicaron algunas de sus obras. Eurípides escribió el drama Alcestis -una tragedia ligera sobre la salvación de ésta, en la que Heracles aparece como un personaje valiente y rudo-, Las Heráclides, acerca de la batalla de los hijos del héroe contra Euristeo y Heracles, en la que el héroe mata a su esposa y a su hijo en un ataque de locura provocado por Hera. La obra Trachiniae de Sófocles, que significa «mujeres de Trachis» o «la muerte de Heracles», presta atención a la trágica contribución de Deyanira en el desarrollo de los acontecimientos que trajeron la muerte de Heracles.

La importancia de su figura en la Antigüedad se entiende mejor a través del comportamiento del emperador romano Cómodo (161-192), que se hacía retratar y adorar a sí mismo como si fuese Hércules. Se trataba de un personaje con problemas mentales, pero su obsesión por la «fuerza hercúlea» ha llegado hasta nuestros días.

Artículo de Javier De Frutos
Para "Por y Para Aranjuez"