Bienvenidos, pasen, tomen asiento y disfruten del espectáculo... hoy: EL TRAJE DE FARALAES.
Desde una calesa de la metrópoli hispánica, cuando menos está el horno para bollos, la política se instala en la sofisticada elipsis del insulto, del "yo diría", "usted podría" y "así resultaría".
Hasta mis sufridas orejas ha llegado volando el comentario que un moralista político ha lanzado por los aires en mitad de una reunión. Y encima lo ha hecho sin red, lo cual ya tiene mérito. Resulta que este caballero no es andaluz ni señorito ni folklórico, pero ha recomendado a la alcaldesa de su consistorio vestir varios trajes de flamenca bellamente decorados con los lunares típicos de la volantería sevillana.
Desde luego la cosa no tiene ni putísima gracia, y lo desorbitado de la guasa llega ya hasta los cuernos de la luna.
Ya lo dijo Aristóteles refiriéndose al hombre y no al caballo de Espartero: -"El único animal que tiene logos, que tiene palabra"- Todo lo demás es puro relincho.
No estaría de más que alguno tomase buena nota de la educada oralidad que tanto caracterizó a este sabio filósofo, y fuera cosiendo al traje folklórico sevillano una greca de realidad social y buenos modales. Un pequeño pespunte de cortesía o compañerismo de vez en cuando dejan enguantada la tela al cuerpo, y le dan al traje de flamenca ese toque helenístico y elegante que tanto aplicaba Dionisio de Tracia a su textos. Da la sensación de que algunos llegan de misioneros de la democracia con el salmo puesto y la úlcera política envuelta en el rayo que no cesa.
Sería recomendable aplacar los alacranes que se esconden por debajo de algunas lenguas, y comprobar de forma constante el pluviómetro de su veneno. Es necesario que el nivel de la chirigota no sobrepase el borde del insulto, sobre todo cuando se trata de personas que cobran como si todos los meses fuera su santo.
Esperemos que el parte meteorológico de Roberto Brasero no pronostique un abril encabronado de lluvia. Sería una verdadera pena entrar en el Real de la feria con el traje de faralaes empapado. El peso del agua extirparía esa gracia pugnaz que sobrevuela cada uno de los volantes cuando se camina siguiendo el compás sinuoso de las caderas. Además se podrían fundir las 24.000 bombillas e inundarse las casetas de lodo. Y a ver qué hace entonces la señora alcaldesa con tantos trajes de faralaes que, ciertos políticos en minoría, le están recomendando vestir con un estribillo de farándula tan repetido como poco civilizado. Como dirían por el sur: ¡¡¡Qué aguzzzto me he quedado¡¡¡
Mariana Bastida
Para Por y Para Aranjuez Magazine.
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