- El 7 de julio de 1822, la Guardia Real se amotina en el Pardo.
- En la madrugada del 7 de Julio los batallones de El Pardo avanzaron hacia la Plaza Mayor, defendida por las Milicias, compuestas por tropas inexpertas y dirigidas por Francisco Ballesteros, siendo derrotados.
El levantamiento
El 30 de junio al regresar Fernando VII del cierre de las Cortes, la Guardia Real fue insultada y apedreada tras lo que cargó a bayoneta contra los manifestantes. Esa misma noche un oficial de la Guardia apellidado Landáburu, tras haber castigado a un subordinado por proponerle sublevarse a favor del Rey, fue buscado dentro mismo del palacio y asesinado por tres granaderos. Para evitar una escalada del conflicto el gobierno ordenó el acuartelamiento de la Guardia, favorable al Rey, y de la Milicia que le respondía, pero al difundirse que los batallones de la Guardia serían disueltos, en la noche del 1 de julio cuatro de ellos abandonaron la ciudad conducidos por unos pocos oficiales, mientras dos permanecían en Palacio y el resto de la oficialidad desaparecía.
La mañana del 2 de julio los cuatro batallones de la Guardia Real se reunieron en las afueras de Madrid en el campo llamado de los Guardias. El general Pablo Morillo intentó persuadirlos inútilmente, tras lo que marcharon sobre El Pardo.
La milicia fue movilizada mientras se ordenaba al General Espinosa que desde Castilla la Vieja marchase sobre Madrid con sus fuerzas, únicas de las que podía disponer, dado que enfrentaba simultáneamente levantamientos en Castilla la Nueva (clérigo Atanasio), en la provincia de Cuenca (Laso y Cuesta), en Sigüenza, en Aragón, de los Carabineros Reales en Castro del Río y del regimiento provincial de Córdoba.
El día 3 una diputación de los sublevados fue recibida por el Rey, quien viendo la posibilidad de aprovechar la situación para retornar al absolutismo o al menos forzar la reforma de la constitución, convocó una Junta compuesta del Ministerio, del Consejo de Estado, del Jefe Político, del Comandante General y de los Jefes de los Cuerpos del ejército. El gabinete de ministros, teniendo en cuenta la situación, las intenciones del monarca y que la Constitución no preveía lo ordenado, no le dio curso, sospechando que el Rey aprovecharía para tomarlos prisioneros utilizando los dos batallones de la Guardia que permanecían en Palacio.
El día 5 el Rey desautorizó la movilización de las fuerzas de Espinosa a quien el Ministerio había ordenado avanzar sobre los sublevados. El 6 confirmando los temores del gobierno, la Guardia cerró las puertas del Palacio quedando aprisionados los Ministros y el Secretario del Consejo. En la madrugada del 7 los batallones de El Pardo avanzaron hacia la Plaza Mayor, defendida por las Milicias, compuestas por tropas inexpertas y dirigidas por Francisco Ballesteros, siendo derrotados.
El 7 de julio de 1822, la Guardia Real se amotina en el Pardo. Aún no ha salido el sol. Quieren tomar Madrid, y devolver a Fernando VII su poder absoluto. El monarca lleva tiempo instigando la sublevación, con intrigas en la sombras. Si alguna vez lo hubo, poco queda del aquél "marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional" pronunciado dos años antes. La situación de esos días la ilumina a la perfección Benito Pérez Galdós en su Episodio Nacional: "El rey era absolutista, el gobierno moderado, el congreso democrático, había nobles anarquistas y plebeyos serviles. El ejército era en algunos cuerpos liberal y en otros realista y la Milicia abrazaba en su vasta muchedumbre a todas las clases sociales".
Los tres años de gobierno liberal precedentes estuvieron, en palabras de Galdós "marcados por las intrigas anticonstitucionales del Rey con su camarilla, el confesor Víctor Sáez, el conde de Moy, el marqués de las Amarillas y los duques del Infantado y Castroterreño". Fernando VII, obligado a a aceptar la imposición decretada por la Junta Provisional Consultiva, aprovechó durante meses las diferencias entre los liberales moderados y los radicales veinteañistas. Intrigas que planeaba culminar ese 7 de julio. El plan era sencillo: apoyar el levantamiento de la Guardia Real y recuperar el poder absoluto del trono y regresar a la situación previa a 1820. Ya estaba bien de transigir con el nuevo período constiucional. Era capaz de cualquier cosa, como ya había demostrado en la conspiración de El Escorial o durante su cautiverio en Francia. Sus ambiciones estaban tan claras como su miedo, que fue lo que finalmente le hizo fracasar.
Tuvo a muchos de su lado, quiénes aunque no compartían ideales con el monarca, veían con agrado la marcha atrás del tipo de régimen. Pertenecían, mayoritariamente, al clero, la nobleza y los militares: Víctor Damián Saénz, canónigo de Sigüenza, Agustín Girón, y los militares Luis Ferández de Córdova. Tampoco ninguno salió bien parado porque, una vez fracasado el golpe, el intrigador les dió la espalda.
Para llevar a término su golpe, el Rey comenzó por ordenar el secuestro de los ministros. El día 7, dos batallones reales tomaron el palacio y retuvieron al secretario del Consejo de Estado, al jefe político San Martín y varios ministros liberales como Martínez de la Rosa.
Con las autoridades bajo secuestro, paralelamente y a las cinco de la mañana del ese día de julio de 1822 los milicianos se apostaron en la calle Mayor para proteger sus posiciones. Quieren entrar en Madrid. "La indisciplina entre los soldados de los dos batallones que quedaban en Madrid fue manifiesta", relata Galdós. "El interior del Palacio de Oriente había sido tomado por la soldadesca, que se apostaba en las galerías y los corredores con botellas de vino y paquetes de cigarros en un ambiente festivo de franca rebelión". Así las cosas, los cuatro batallones de Guardias que estaban en el Pardo se dividieron en tres columnas y entraron en la capital. Pero fue un descalabro. La Guardia Nacional, liderada por algunos generales e integrada por paisanos y burguesía progresista les planta cara. Corre la sangre: la mayoría de los profesionales de la Guardia Real son escabechinados.
Los que quedaron, se reunieron la Puerta del Sol, con el objetivo de llegar hasta palacio para custodiar al Rey que había instigado todo aquello. Pero Fernando VII se acobardó. "Una bala de fusil penetró por una ventana, por lo que envió un mensajero para pedirle que cesase el fuego" describe el Episodio Nacional. Si no mandaba a los sublevados que se rindieran, las bayonetas de los libres penetrarían hasta su real cámara, por lo que Fernando se rindió al miedo, y a la cobardía. El absolutismo había sido derrotado y el golpe, un fracaso. Pero el monarca sobreviviría.
Los patriotas gritaban en las calles "¡Viva la Milicia Nacional!". La capitulación fue pactada en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor, donde los cuatro batallones de la Guardia Real entregaron las armas, gracias en gran parte, a figuras como Evaristo San Miguel, Palarea, Morillo y López Ballesteros; quiénes coordinados, desmontaron el plan de la Guardia Real. También al papel jugado por el Ayuntamiento de Madrid, que se encargó de organizar y abastecer a las tropas de la Milicia Nacional que se enfrentaron a los sublevados.
Javier De Frutos
Para Por y Para Aranjuez
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