lunes, 11 de julio de 2016

Camping de Los Alfaques, 38 años de la tragedia

Camping de Los Alfaques, 38 años de la tragedia

  • La explosión de un camión cisterna abrasó en apenas unos segundos un camping en la costa de Tarragona, carbonizando a 215 personas y causando heridas graves a otras 77
  • Tres muertos de Los Alfaques, aún sin ser reclamados tras 38 años.



Estado en el que quedó la sección del camping afectada por la explosión

El accidente del camping de Los Alfaques se produjo el 11 de julio de 1978 en un campamento de playa situado en el municipio de Alcanar, comarca del Montsiá en la provincia de Tarragona (España), a solo 3 km del núcleo urbano de San Carlos de la Rápita, donde tuvo lugar un gravísimo accidente por la explosión de un camión cisterna que transportaba propileno licuado. El resultado fue de 243 fallecidos, más de 300 heridos graves, y la destrucción de la mayor parte del campamento.

El 11 de julio de 1978 un camión cisterna cargado con 25 toneladas de propileno licuado salió desde Tarragona de la refinería Enpetrol y se dirigió hacia el sur por la vieja N-340, hacia Alicante. La cisterna tenía una capacidad aproximada de 45 metros cúbicos y una capacidad legal máxima de 19,35 Toneladas de carga de 8 bares (unas 8 atmósferas), sin embargo, como demostró la investigación posterior esta capacidad fue sobrepasada con creces. Por si fuera poco, la cisterna (fabricada en acero al carbono) no disponía de ningún sistema de alivio de presión.

La secuencia de la tragedia se inició cuando, el conductor del camión probablemente para ahorrarse el paso por el peaje, que habría tenido que pagar de su propio bolsillo, decidió conducir por la N-340 en dirección sur. Después de recorrer 102 kilómetros -en el 159,5- a las 14:35, al pasar por delante del campamento "Los Alfaques", ocurrió la catástrofe. En ese momento, el campamento tenía registradas unas 800 personas, y se estima que entre 300 y 400 se encontraban dentro del radio de la explosión, calculada entre 0,5 y 1 km, y que mató instantáneamente a 158 personas.

En la investigación subsiguiente se expuso como hipótesis más probable que el camión cisterna estaba sobrecargado, ya que llevaba unas 25t en vez de las 19 máximas reglamentarias. Aquella cantidad ocupaba totalmente el espacio disponible de la cisterna, que de este modo quedaba llena al 100%. A pesar de que inicialmente el líquido se encontraba muy frío, debido a la larga exposición al sol durante el viaje, la carga se fue calentando y con ella se generó una expansión del líquido contenido, el cual, al carecer de espacio para expandirse elevó la presión interna muy por encima de la que correspondería a su punto de equilibrio líquido-vapor (límite para el que estaba diseñada la cisterna). A consecuencia del exceso de presión, el tanque de acero reventó posiblemente por rotura de una de las soldaduras que unían dos secciones cilíndricas de la cisterna, desdoblándola en dos piezas. En ese instante el propileno licuado se encontró sin una pared de contención y se liberó bruscamente, al igual que ocurriría en un cohete a reacción.

El gas licuado, al verse libre y encontrar numerosos puntos productores de chispas por los rozamientos, se incendió generando una explosión cuyo empuje dividió en dos al camión proyectando sus mitades en direcciones opuestas durante cientos de metros. Como resultado, la parte delantera de la cisterna y la tractora del camión sufrieron un impulso hacia adelante en la dirección de la carretera. La parte posterior, mucho mayor, salió despedida hacia atrás, desviándose ligeramente de la carretera y avanzando más de 200 metros campo a través hasta alcanzar el edificio de un restaurante. Visto el ángulo que formaron las dos partes de la cisterna se puede inferir que la rotura de la soldadura empezó por el lado del mar, justo apuntando al Campamento los Alfaques. Las dos piezas en que se rompió la cisterna avanzaron hacia la montaña, así como el líquido incendiado, que avanzó hacia el Campamento. La deflagración del líquido arrastró una pieza inerte de la cisterna, su cobertura, que se encontró en la mitad del campamento, concretamente en la zona de mayor devastación.
Durante la explosión, la bola de fuego cubrió en un instante la mayor parte del campamento, afectando la plaza al sur de la calle y a muchos de los veraneantes que estaban allí. Además, las altas temperaturas de más de 2000ºC, hicieron que la gran cantidad de bombonas de gas que había en el propio campamento se inflamaran, sumándose al incendio de la explosión. Según los testigos presenciales, la temperatura en la zona fue tan alta que hizo hervir el agua de la orilla del mar hacia donde las víctimas huían.

Comenzaba entonces un auténtico infierno para los veraneantes que habían venido de media Europa para disfrutar del sol de Tarragona. Según testigos presenciales el espectáculo tras la explosión, que fue alimentada por los depósitos de los coches aparcados y las bombonas de butano de los campistas, era dantesco. «Hay cuerpos completamente calcinados y esparcidos por todas partes», escribía al día siguiente en ABC el enviado especial del periódico, quién afirmó que la zona había quedado «arrasada como si hubiera caído un meteorito».

Fallecieron 158 personas en el acto, incluido el conductor del camión. Sin embargo, si la explosión se hubiese producido pocos minutos antes las consecuencias hubiesen sido desproporcionadas, ya que la carretera N-340 pasa también por el centro de San Carlos de la Rápita, que en esa época del año podía albergar a unas 20.000 personas, entre residentes y turistas. Se calcula que la explosión se produjo justo un minuto después de abandonar el núcleo urbano, lo que atenuó que la explosión hubiese sido más devastadora en cuanto a víctimas y destrozos materiales se refiere.

Los periódicos divulgaron que la tragedia duró aproximadamente 45 minutos, desde la explosión a la llegada de las primeras fuerzas de rescate al lugar del accidente. Mientras tanto los veraneantes y una gran cantidad de residentes locales, de La Rápita, ya trasladaban los afectados a centros médicos en sus propios coches o autocaravanas. Las ambulancias y otras unidades de emergencia fueron llegando gradualmente al lugar. La Guardia Civil y el ejército escudriñaron el campamento arrasado buscando supervivientes.

Los heridos fueron transportados a los hospitales de Barcelona y Madrid así como a la Unidad de Quemados del antiguo Hospital Universitario La Fe de Valencia. Durante los días y semanas posteriores fallecieron otros 70 veraneantes debido a la gravedad de las quemaduras. En total murieron 243 personas, entre ellos muchos turistas alemanes así como franceses y belgas. Además, más de 300 personas sufrieron graves quemaduras de consecuencias persistentes.

En el accidente, dos terceras partes del campamento sobre una superficie de 700 x 450 metros fueron destruidos, aunque la parte norte del recinto permaneció casi intacta. La discoteca que había enfrente del campamento quedó completamente destruida por la fuerza de la onda expansiva, dándose la casualidad que la familia propietaria estaba dentro limpiándola. Allí murieron 4 adultos y dos menores, los únicos de la localidad, junto a un obrero que realizaba obras en un chalet cercano a la zona. La parte posterior del tanque de combustible se desplazó 300 metros empotrándose en un edificio.

La gravedad de las quemaduras dificultó la identificación de las víctimas. El trabajo de la Comisión de Identificación y el Departamento de Investigación Criminal de la República Federal Alemana permitió la identificación de todas. Voluntarios del Hospital Verge de la Cinta de Tortosa extrajeron muestras de sangre ventricular de 105 de los cuerpos del accidente, que se encontraban en el cementerio de Tortosa.

La identificación de los cadáveres se hizo muy difícil por encontrarse la mayoría de los cuerpos completamente carbonizados y vestidos tan solo con traje de baño. Según escribía Alfredo Semprún, enviado por ABC para cubrir el suceso, el cadáver de un bebé se halló materialmente injerto en el asfalto de uno de los caminos del camping y un día después de la tragedia todavía vagaban «como autómatas» algunos supervivientes por los alrededores. «Entre ellos nos llama poderosamente la atención un francés permanentemente abrazado a un perro Pointer, "único ser querido que ha sobrevivido a la catástrofe, ya que mi esposa e hijo —contaba entre lágrimas— han muerto. Yo me salvé porque llevé al perro a pasear, mientras que ellos dormían la siesta"». El periodista también recogió la petición de otro superviviente francés, Diego Noden, «que nos ruega que hagamos constar, en su nombre y en el de sus compatriotas, el agradecimiento al pueblo llano y sencillo español, que supo verter toda su simpatía y valor humano en los momentos que más se necesitaba».

La tragedia alcanzó tal cariz que obligó a cambiar las normas de seguridad para el transporte de mercancías peligrosas por carretera. De acuerdo con el Grupo Universitario de Investigación Analítica de Riesgos (GUIAR) de la Universidad de Zaragoza, a raíz del accidente se impuso la obligatoriedad de instalar de válvulas de alivio de presión en las cisternas que transportan determinadas sustancias inflamables y se diseñaron rutas adecuadas fuera de los núcleos urbanos parael transporte de mercancías peligrosas.

Cuatro años después de la tragedia, en 1982, la Audiencia de Tarragona condenó al jefe de Seguridad de Enpetrol por no avisar del exceso de carga —una anomalía que al parecer se producía frecuentemente— y al director de la refinería a un año de prisión e indemnizaciones a los perjudicados, que correrían a cargo de Enpetrol como responsable civil subsidiario. Los daños materiales, incluyendo las indemnizaciones, quedaron valorados en unos 176 millones de pesetas de entonces. En 1983 la Sala Segunda del Supremo aceptó parcialmente los recursos de ambos, negando que hubiera imprudencia temeraria profesional.

En 1982 se determinó la responsabilidad de dos empresas acusadas de negligencia ("imprudencia temeraria") y sentenciadas al encarcelamiento por un año de sus directivos. En subsecuente acción civil, se obligó en 1982 y 1983 a las empresas "Cisternas Reunidas" y "Enpetrol" a pagar compensaciones por un total de 2.200 millones de pesetas, el equivalente a 13,23 millones de euros, sin tener en cuenta la inflación.

Tras la tragedia, las dos terceras partes del camping siguieron funcionando, mientras que la zona afectada fue remodelada durante los diez meses posteriores. Sobre la tierra calcinada se depositó una capa de treinta centímetros de arena nueva, se plantaron árboles y los hierros retorcidos de los automóviles y las caravanas fueron retirados. También se erigió un monolito con dos centenares de estrellas orlando un círculo con una cruz y una inscripción que solamente reza: «In memoriam».

38 años después y aún hay 3 cadáveres sin reclamar.

"Colombianos". Esa era la inscripción que alguien colocó sobre los cuerpos de los tres componentes de una familia suramericana que perdió la vida en el cámping Los Alfaques, frente al que hoy hace 25 años explotó un camión cisterna cargado de propileno. Al día siguiente, los cadáveres de estas tres personas yacían en uno de los pasillos del cementerio de Tortosa (Tarragona) junto a una enorme concentración de ataúdes de las víctimas de la tragedia, que causó 215 muertos. A ese tanatorio improvisado al aire libre fueron llegando las familias de los fallecidos para identificar a las víctimas. Apenas quedaban restos de ropa y los pocos objetos que pudieron salvarse tras el paso de la bola de fuego, a 1.000 grados de temperatura, quedaron en manos de la policía.

"La calcinación hacía que aproximadamente el 80% de los cadáveres fueran inidentificables", explica Felipe Tallada, uno de los abogados que intervino en la causa judicial posterior al siniestro. Su padre, entonces alcalde de Tortosa y una de las personas que participó en la coordinación del operativo de emergencia, asiente al escuchar las declaraciones de su hijo.

Los mapas dentales que se solicitaron a los familiares resultaron claves para descifrar los nombres, con la ayuda del libro de registro que quedó en el cámping. En aquella época no se hacían pruebas de ADN para identificar a las víctimas. "Llegaron forenses de Austria, Alemania, Bélgica... de toda Europa, para ayudar a los especialistas de la zona", recuerda Tallada. Poco a poco se determinó la filiación de los fallecidos y fueron cuadrando los nombres, una vez eliminados los heridos y los fallecidos en los hospitales.

Se identificaron todos excepto siete: cuatro miembros de una familia francesa procedente de Marsella (la mayoría de muertos eran franceses y alemanes) y tres miembros de una familia colombiana. Fueron los únicos, junto a los fallecidos de la zona, que quedaron en el cementerio tortosino los años siguientes. "Los enterraron en grupos de dos o tres en las fosas comunes", explica un empleado municipal.

La familia francesa, formada por un matrimonio y dos hijos, llegaron a ser repatriados con el tiempo: "Unos tres años después, cuando se pagaron las indemnizaciones, los marselleses fueron trasladados a su lugar de origen, pero no antes, porque económicamente era demasiado costoso", explica el abogado Tallada. Sin embargo, los tres colombianos no fueron reclamados, comenta.

La normativa municipal estipula que, si al cabo de cinco años nadie reclama un cadáver, éste puede ser trasladado al osario general. Eso es lo que ocurrió con esas tres víctimas, enterradas en principio en el mismo nicho.

El enterrador que ha gestionado el cementerio tortosino las últimas décadas, ahora jubilado, recuerda que ese osario común, hoy cubierto de vegetación, fue el destino final de esos restos. La familia que gestiona el cámping de Los Alfaques es la misma que lo hacía el día de la "tragedia de Empetrol", que es la denominación que utiliza Mari Carmen Maci , la propietaria, para referirse al suceso. No quieren hablar del libro de registros ni de nada relacionado con la fatalidad causada por el camión cisterna, excesivamente cargado, que conducía Francisco Ivernón. "Tras 38 años, es ya el momento de darnos luz y vida, porque hemos estado mucho tiempo tragando lágrimas", dice Mari Carmen. El cámping, señala con convicción, "fue sólo una víctima más". La lealtad de los clientes asiduos a este enclave de Alcanar ayudó a que el negocio familiar pudiera seguir adelante hasta la actualidad.

Javier De Frutos
Para Por y Para Aranjuez


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